jueves, 8 de diciembre de 2011

Ni un pibe sin comer

Mi tío, recuerdo, anhelaba que se hiciera popular la comida de astronauta para no perder el tiempo en cocinar, poner la mesa, comer, retirar y lavar la  vajilla. Tuve 3 amigos que se mudaron juntos y tenían una sola decoración para toda la casa. Estaba en una de las paredes del living: escrito con aerosol rojo, lucía resplandeciente y gigante el teléfono de la pizzería.
Hace años, mi amigo Mauro Lo Coco se definió como el niño minuta, enálage que designaba el variadísimo repertorio que admitía la dieta de ese sujeto. Yo sigo esa misma praxis política. Por caso, si le pusieran milanga y unas fritas, calculo que no comería otra cosa que esto.



Lógicamente, sería necesario también considerar el postre.



Aunque claro, sería maravilloso encontrar el modo de una síntesis superior, que supere la infertil hipocresía del agri-dulce, capaz  de articular dulce y salado en un sólo plato conservando lo que hay de maravilloso en cada lado del universo gustativo.


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